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domingo, 18 de junio de 2017

LA NOTA DE HOY




SOY LECTOR


Por Kayra Wicz (*)





Recuerdo que durante las siestas de mi niñez lo único que se sentía en toda mi casa era la máquina de coser de mi madre. En la pared, al lado de la ventana donde cosía había un cartel que decía “Si usted ha sido explotado, no permita que su hijo lo sea”.

Años más tarde en una visita al museo Evita de Chapadmalal, vi el afiche completo. En esas tardes mi madre me ponía a leer cualquier cosa en voz alta. Y siempre mi pregunta era esta: “¿por qué tengo que leer esto?”. Mi madre se levantaba y decía “Para que nadie te explote”. Rotunda era. Y con el dedo marcaba la palabra explotado. Hasta creo que aprendí  leer con esa palabra. 

Hasta los 12 años la lectura fue elegida por mi madre. Obligada. Un día de enero de esos 12 años me paré delante de la biblioteca. Leí todos los lomos. Un título llamo mi atención “La metamorfosis”. No comencé a leerlo, sino a devorarlo. En aquel verano de 87 me convertí en lectora. No antes. A partir de ahí empecé a aprender, a interpretar, a formar opinión, a ser. Al elegir la formación docente como carrera entendí que tenía como función primordial la de ser un mediador que permita el acceso a toda la información posible y que la elección de la lectura debía ser un acto de libertad. La lectura literaria obligatoria sólo es realmente útil para la consecución del objetivo prioritario de desarrollar la competencia lectora, y así ampliar los horizontes de las lecturas personales. La implicación personal es un beneficio común a todos los procesos de aprendizaje, como así también la falta de la implicación personal es la causa más frecuente del fracaso escolar.

El poder como seres lectores es universalmente temido porque se sabe que la lectura puede convertir a dóciles ciudadanos  en seres racionales y capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria y a los abusos de poder.

Los lectores de libros amplían o concentran una función que nos es común a todos. Leer letras en una página no es más que una de las muchas formas de leer. El astrónomo lee un mapa de estrellas. El arquitecto lee su plano. La modista sus moldes. El jugador lee sus cartas. El bailarín lee los movimientos del coreógrafo. La música leída en las manos del director es la orquesta que brota. El ciego se deja llevar por sus dedos. El campesino y el pescador leen los signos de la naturaleza. Todos ellos comparten la habilidad de descifrar  y traducir signos.

En todos los casos es el lector quien interpreta el significado. Todos nos leemos a nosotros mismos  y al mundo para vislumbrar qué somos y dónde estamos.

El objetivo de la formación literaria es el de potenciar  y guiar la necesaria libertad que se debe tener como lector literario según su competencia lingüística, su sensibilidad y su capacidad recreadora.

La literatura tiene sus componentes de subjetividad, de individualidad que no podemos cuantificar, pero si destacar. La literatura es una “experiencia”, es decir, algo que implica la propia vida  y se inscribe en el ámbito personal, puede ser comunicada, pero no transmitida. Y aún en caso de ser comunicada lo será por una decisión, libre y sujeta a restricciones que cada uno impone.

La competencia literaria permite interpretar la plurisignificación del texto literario que es inherente a su esencia, como lo muestran las diferentes lecturas que aporta cada lector. Desde Roland Barthes se sabe que el texto literario no está acabado en sí mismo hasta que el lector lo convierte en un objeto de significado, el cual será necesariamente plural. Penetrar en un texto literario es abrir un puente desde la propia realidad – una existencia singular, en un momento preciso, desde una cultura determinada, en una encrucijada histórica precisa, con una cotidianeidad y en un contexto definido – hasta la realidad del autor. A diferencia de la escritura, la lectura no se puede escapar de su condición dialéctica: la lectura siempre es diálogo. 

Leer es como respirar, es una función primordial. En el acto de lectura se encuentra el principio social. Aprender a leer es un rito de paso, durante toda nuestra vida la experiencia es acumulativa y avanza por progresión geométrica. 

Los lectores somos capaces de milagros. Resucitamos mensajes del pasado. Entre un lector y un libro se engendran pensamientos, ideas, sueños, se redefine el universo. Cuando leemos nunca estamos solos.



(*) Colaboradora del blog.




Bibliografía:
Barthes, Roland, El susurro del lenguaje, Barcelona: Paidós, 1994.
Bovo, Ana María, Narrar, oficio trémulo. Conversaciones con Jorge Dubatti. Editorial Athuel, 2002.
Manguel Alberto, Una historia de la lectura, Emecé,2005.
Montes, Graciela, La gran ocasión, Argentina, Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, 2006.
Montes, Graciela La frontera Indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético, Fondo de cultura económica, 1999
Petit, Michele: Lecturas del espacio íntimo al espacio público. Material fotocopiado, sin datos de edición).




miércoles, 14 de junio de 2017

LA NOTA DE HOY




PATORUZITO


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




En oportunidad de recordar en estas páginas al cacique Patoruzú, se dijo que para rastrear más su “prosapia sureña” era necesario estudiar a Patoruzito; esa otra creación de Dante Quinterno. Que es el mismo personaje, por supuesto, pero en su infancia. Ambos son hijos de Patoruzek y descendientes de Patora “La Tuerta”; cuyos recuerdos guardan en el templo cerrado con la proverbial llave anhelada por muchos malhechores. Así reza el testamento paterno, que se conoce en el primer episodio de las correrías del caciquito, “Chiquizuel, el brujo diabólico”: “Yo Patoruzek designo a mi hijo Patoruzito, mi sucesor como cacique y dueño de estas, mis tierras…”

Sin embargo, algunos analistas dicen que en realidad no se trata del Patoruzú niño. Afirman que son dos figuras distintas que coexisten; dado que sus aventuras son contemporáneas. Pero no es cuestión de transformar este artículo en un estudio filosófico: la tira no es un compendio de ontología; se trata sólo de una historieta para chicos. Y tampoco es un estudio de sociología o ciencia política, como aducen otras interpretaciones. 

Es paradójico, pero Patoruzito nació después que Patoruzú. La primera aparición de Patoruzú fue el 19 de octubre de 1928. La de Patoruzito diecisiete años después, el 11 de octubre de 1945. Su principal dibujante fue Tulio Lovato, uno de los más cercanos colaboradores de Quinterno; en tanto los argumentos eran de Marco Repetto, Mariano Juliá o Laura Quinterno. Desde el primer número, Patoruzito estuvo acompañado por Isidorito.

Como fue analizado por algunos aficionados al tema, una diferencia entre las andanzas de Patoruzú y las de Patoruzito, es que las primeras transcurren en forma usual en un ambiente urbano, en tanto las otras se desarrollan en un entorno rural. Ergo, en las páginas de Patoruzito se pueden encontrar más referencias a la Patagonia. Desde su presentación inicial se aclara que es “tehuelche” y también “patagón”; y se introducen elementos regionales. Sin dudas, se hace sin excesivo rigor científico; pero sí presentando rasgos suficientes para caracterizar la zona: los inviernos nevadores, la presencia de fósiles y paleontólogos, la existencia de tribus, como los Gargantúa, que evocan las fábulas de los gigantes patagones. El paisaje, en general, recuerda a la precordillera. Se ven en forma permanente las siluetas de las lejanas montaña; en las cuales también a veces suceden lances.

Más allá de imprecisiones lógicas, los cuadros de la historieta no puede dejar de traer recuerdos a quienes de chico hayan pasado algún verano, en carácter de puebleros invitados, en alguna estancia del sur. Las mateadas y los cuentos de aparecidos en la cocina de los peones, el vislumbrar a lo lejos los jinetes de alguna columna militar montada de maniobras, como las que podría conducir el tío de Isidorito, los paseos a caballo acompañando alguna faena rural y algún que otro galope desbocado… Muchas veces en las peripecias se introducen componentes típicos del folklore argentino. Por ejemplo, el episodio “El Rey de la Pradera”, en el cual Patoruzito recibe a su potrillo Pamperito, se inicia con una serie de referencias a mitos criollos, como la mula ánima, el hombre tigre o la muerte de blanco; y en su transcurso Isidorito narra completa la leyenda del Bragado.

Con el tiempo, el pequeño gran cacique también tiene sus aventuras en Buenos Aires e incluso viaja al extranjero; como cuando en “Ludovico Rey” va al “Reino de Limburgo”. A veces lo hace acompañado por Isidorito –que entre la década de los sesenta a los setenta cambió su característico vestuario infantil con moño y pantalones cortos, por campera, polera y pantalón largo– y otras veces sólo. Esta referencia a su compañero de correrías, lleva a presentar otra característica de la historieta: el grupo de personajes secundarios que forman el marco de las andanzas del caciquito y que también hacen cuadro a las del cacique. Además de Isidorito están la Chacha Mama, famosa por sus empanadas, Ñancul, el capataz con nombre de resonancias regionales, el malvado brujo Chiquizuel y su nieto Chupamiel, permanentes conspiradores que quieren quedarse con la estancia del protagonista, el capitán Cañones, quién con los años llegaría al grado de coronel, Pierre, el administrador francés del hotel porteño. A esas figuras constantes se agregan otras, buenas y malas, que van y viene por sus páginas. Ciertas veces se introducen personalidades de la vida real, como Martín Karadagián y Juan José Pizzuti.

Es de notar que cada tanto, como para dar fuerza al acierto de que indagando en las páginas de Patoruzito se encontrarán las claves de Patoruzú, aparece algún dato sobre los atributos familiares. Por ejemplo, en “Magnate pero bandolero”, uno de los habituales truhanes pregunta por qué los dedos gordos de los pies de los Patoruzek apuntan al cielo. “La fuerza de su raza nacía en la raíz de su cabello, corría por sus arterias y se concentraba en sus dedos gordos para de ahí irradiar al cielo”, explica con seriedad el joven mandamás.

Patoruzito tiene los rasgos que va a mantener cuando sea grande y se transforme en Patoruzú: honradez, valentía física y moral, nobleza, bondad, humildad, sobriedad, caridad, modestia, seguridad en sí mismo; un muestrario de aquellas buenas cualidades que Dante Quinterno intuyó en los pobladores de la Patagonia. No es poco homenaje el que el genial artista hizo a la región.







Nota: los datos para esta nota fueron tomados del tomo número 13, “Patoruzito. Dante Quinterno” de la Nueva Biblioteca Clarín de la Historieta (Arte Gráfica Editorial, Buenos Aires, 2007). En el año 2004 se estrenó la película "Patoruzito"; y en el 2006 "Patoruzito: la gran aventura". Por referencias, se sabe que en estos filmes se cuenta una historia del personaje; que no coincide con algunos datos que surgen de la lectura de sus historietas. El autor de estas líneas prefiere basarse en lo que revelan esas tiras; que describen al Patoruzito que conoció en su infancia.

viernes, 9 de junio de 2017

EL RELATO DE HOY



UN DESIERTO POR OTRO


Por Jorge Castañeda (*)





Los taureg supieron trajinar el laberinto del desierto a su antojo. Con sus dromedarios soportaron el sol ardiente y la sed implacable. Dejaron las huellas de sus caballos –los mejores del mundo- que el viento y la arena con formas más cambiantes que las de Proteo desdibujaban con persistencia y tenacidad.

Sólo el verde espejismo de los oasis les permitía descansar del trajín de sus vidas errantes donde los días y las noches se repetían iguales y recurrentes.

Las caravanas, el comercio de animales, la libertad de sus vidas nómades, las noches frías contrastando con el calor opresivo del sol calcinante, los dátiles, la leche de cabra, el redondo pan relleno al rescoldo, el filo cortante de sus dagas engastados sus mangos de piedras preciosas y sus hojas de fina filigrana.

El desierto fue el protagonista de estos pueblos. Su razón de ser. Su ámbito reservado. Conservando una cultura varias veces milenaria pudiendo llegar a decir que allende fue formada la placenta del mundo y de la civilización. El cuño precioso de la vida.

Pueblos y pueblos pasaron por sus arenas ardientes, señores ya del arte de la guerra o del comercio, protegidos sus rostros y sus cuerpos por la túnica blanca como el color de las raras nubes que nunca supieron traer el milagro del agua.

Sólo la sed y la fatiga, la búsqueda del sol a campo traviesa, la libertad de vivir sin arraigo, sólo el desierto “inconmensurable y abierto” su lugar en el mundo. Y el pie en el estribo partiendo siempre de ningún lugar para arribar a otra nada toda de arena y de sol.

Por eso tal vez la estirpe nueva de esos atrevidos hombres del desierto supo elegir después de los barcos temibles un paisaje similar, pero esta vez para echar raíces y formar familias que habrían de perpetuar el exótico apelativo de su linaje.

Y cambiaron un desierto por otro, éste nuestro y cercano, que está aquí al alcance de la mano y también cerca de las estrellas de un hemisferio diferente: la región sur de Río Negro, en pleno corazón de la Patagonia, madre tierra de todos los desahuciados.

Y como allá también trajinaron el nuestro para ejercer el viejo oficio que traían en su sangre: el comercio.

Con su castellano a destiempo, algunos con el Corán debajo del brazo (Hay un solo Dios y Mahoma su Profeta), con sus comidas típicas, con la delicadeza gris del narguile con su persistencia ante los obstáculos, con la obstinada paciencia de saber que todo se puede.

Cambiaron un desierto por otro. Tuvieron hijos, familias con apellidos orientales y siempre el recuerdo de aquel desierto más grande que dejaron en Arabia.

Ese desierto que dejó las cicatrices de su ámbito en el alma de esos inmigrantes y el viento la música permanente que aquí no sólo suele levantar la arenisca de las dunas como allá, sino también las piedras y doblar la copa de los árboles a su antojo.

Porque el desierto es la circunstancia de estos pueblos: su forma de ser, la matriz que los ha moldeado desde tiempos pretéritos.

El desierto allá y el desierto acá. ¿Importa algo?

De esa sangre, de esa herencia, de esa prosapia yo también he venido al mundo. Amed Ardín, abuelo legendario: mi crónica te recuerda.




(*) Escritor de Valcheta. Este relato es de su libro “Crónica & Crónicas” (Imprenta de la Legislatura de Río Negro, Viedma, 2015).

domingo, 4 de junio de 2017

EL POEMA DE HOY


Dos poemas de Margarita Borsella (*)









SILENCIO

Silencio,
silencio ineludible
en el que se tejen penas
desovillando ausencias,
me arrojo al laberinto
donde me calcino
en mis propios sueños
con migajas de sol.


BRISAS

Brisas,
brisas de primavera
insisten en mis sueños,
airean recovecos
olvidados del alma.
Pero sólo finos hilos
agridulces
escapan de mis ojos.

Son el eco de palabras
que caminan
por la vereda de enfrente.




(*) Escritora chubutense. Los poemas fueron tomados de su libro “Silencio” (Remitente Patagonia, Trelew, 2016)

sábado, 27 de mayo de 2017

LA NOTA DE HOY




LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA Y LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Las crónicas de la Guerra de la Independencia argentina poco mencionan a la Patagonia. Alejada del norte del país donde sucedieron las principales acciones, la región parece haber quedado ajena a las luchas independentistas. Sin embargo, una breve recorrida por el pasado y por algunas obras literarias que refieren esos eventos, muestra que la zona estuvo ligada a los hechos iniciados el 25 de mayo de 1810; con episodios de significativa importancia.

Cuando ocurrió el movimiento emancipador, existían en estos territorios tres enclaves hispanos que, por el principio de uttis posidettis iuris, pasaron a depender del nuevo gobierno del Río de la Plata. Uno de ellos, el Fuerte San José, tuvo efímera existencia. Si bien la Junta había dispuesto el traslado de sus pobladores, la orden no llegó a ejecutarse porque fue destruido por un ataque tehuelche el 7 de agosto de 1810. El historiador Orestes Trespahilié recuerda este suceso en su trabajo “La tragedia de San José”. 

Otro asentamiento, Puerto Soledad en las Islas Malvinas, era una guarnición militar española que en 1811 dejó el lugar por orden del gobernador de Montevideo, Gaspar de Vigodet, para combatir contra Buenos Aires. Pero en marzo del año anterior, Gerardo Bordas, quien fuera gobernador de las Islas hasta enero de 1810, había reclamado desde Montevideo por sus sueldos atrasados al Virrey Cisneros en Buenos Aires. Al tiempo recibe un oficio, de fecha 30 de mayo, admitiendo la deuda: no lo firma el Virrey sino Cornelio Saavedra, Presidente de la Junta de Gobierno. Más tarde, en 1820, David Jewett al mando de la fragata “Heroína”, afirma con su presencia la soberanía patria sobre las Malvinas.

El tercer sitio, Carmen de Patagones, fue objeto inmediato de atención del gobierno porteño. Intuyendo que parte de la población del lejano pueblo podría ser fiel a la autoridad real, designó un jefe de plaza leal a los criollos, el capitán de Dragones Francisco de Sancho; y tomó varias medidas en pro de la localidad. Sin embargo, la Junta cometió el error de deportar a ese lugar, en octubre de 1810, a cuatro funcionarios españoles; entre ellos el coronel Faustino de Ansay. Confabulados con la tropa del lugar, el 21 de abril de 1812, mediante una artimaña, capturan a Sancho; y Ansay se hizo cargo del sitio. Ignorando la revuelta, el Primer Triunvirato envió para retomar el contacto con su lejana dependencia al capitán Taylor con el queche “Hiena”, principal nave de la flota criolla. Sucede acto seguido un lance insólito.

Fingiéndose patriotas, los rebeldes abordan la nave el 16 de mayo; y, con ardides, llevan a Taylor a Carmen de Patagones. Allí lo recibieron el resto de los revoltosos. Uno de ellos simuló ser Sancho y convenció al capitán que desembarcase cuarenta hombres para cortar leña del monte cercano a la playa. Taylor firmó una orden para que el oficial que había quedado a cargo del Hiena hiciese lo sugerido; tras lo cual fue impuesto de la verdad y arrestado. Los monárquicos, siguiendo con el engaño, suben de nuevo a bordo con la nota de Taylor, reducen a la tripulación y se adueñan del buque. Dejando a cargo de la plaza a un militar español, los cabecillas del motín zarpan con el queche hacia Montevideo; donde son bienvenidos. El 24 de junio, Vigodet manda a Patagones la nave Mercurio; para asegurar el lugar. 

Durante 1813 la ciudad patagónica estuvo en poder de la Corona. Iniciada la Campaña Naval de 1814, la flota de Guillermo Brown venció a la hispana en Martín García y Buceo; lo que motivó que en junio de ese año cayese Montevideo. Carmen de Patagones quedó aislada. El 23 de diciembre de 1814 una expedición dirigida por el capitán Oliver Russell, recupera la población para las Provincias Unidas.

La batalla final por las guerras de la Independencia Hispanoamericana fue Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824; acción que acabo con el Virreinato del Perú. Sin embargo, aún resistían el fuerte de El Callao y las tropas borbónicas de la región de Chiloé. En 1824, un intento de derrotar esa oposición en el sur de Chile fue infructuoso; aunque las huestes ibéricas perdieron el enclave continental y quedaron acotadas al sector insular. A principios de 1826, una nueva fuerza, a cargo del Director Supremo de Chile Ramón Freyre, desembarcó en el archipiélago. Luego de varios combates, las milicias españolas del gobernador Antonio de Quintanilla se rinden; y el 18 de enero, por el Tratado de Tantauco, el territorio pasa a manos chilenas. Cuatro días después se entregó la fortaleza de El Callao.

Además de la resistencia de Chiloé, habían existido guerrillas realistas en el sur de Chile; muchas de las cuales fueron derrotadas en 1824. Algunos grupos sobrevivientes, convertidos en bandidos, decían seguir luchando por la causa del Rey. La última de esas cuadrillas fue la liderada por los hermanos Pincheira; cuatro varones y dos mujeres. Con el apoyo de tribus aborígenes, dominaban un amplio territorio en ambos lados de la cordillera. En la Argentina ocupaban el Valle de Varvarco, la zona de Lagunas de Epulafquen y otros sectores en el Neuquén Noroccidental; con algunas avanzadas en Mendoza y La Pampa.

Desde 1825, los pincheirinos ejercieron una fuerte presión sobre las fronteras sureñas de los dos países e interfirieron en su vida política. Sus malones llegaban a lugares tan distantes como Bahía Blanca. Al asumir Juan Manuel de Rosas del gobierno de Buenos Aires, aliándose con algunos caciques, intenta, sin éxito, contenerlos. Por su parte, el gobierno chileno trató en varias ocasiones de derrotarlos. En 1826, un contingente conducido por el Brigadier José Borgoño cruzó la cordillera, buscando vencerlos en Neuquén. Obtuvo varios éxitos parciales, como la captura de las dos hermanas; pero no pudo acabar con sus correrías.

Decidido a eliminar la amenaza, Chile envió en enero de 1832 una división del ejército, a órdenes del general Manuel Bulnes. Luego de detener y fusilar a Pablo, uno de los dos Pincheira que quedaban, la fuerza atravesó los Andes; y el 14 de enero atacó el campamento principal en las Lagunas de Epulafquen. Tras una enconada pelea, los pincheiristas se rindieron. José Antonio Pincheira, el último de los hermanos, logró escapar; pero el 11 de marzo se entregó con el resto de sus fuerzas en Chile. Indultado por el presidente José Prieto, consiguió trabajo en una hacienda; donde murió ya anciano. Ciertos estudiosos, como el historiador Isidro Belver en su libro “Los Pincheira: aldea realista en Epu Lauquen”, consideran que el combate de Epulafquen es el último encuentro de la Guerra de la Independencia americana.

El final de los Pincheira dejó una leyenda en la zona, registrada por Gregorio Álvarez en “El Tronco de Oro”: la del tesoro oculto en una cueva ubicada en sus dominios. Y también habrá dejado alguna sospecha en don Juan Manuel, quien al año siguiente emprende la expedición que lo llevó a celebrar en su campamento de Médano Redondo, a la vera del Río Colorado y en la puerta de la Patagonia, un nuevo aniversario de ese 25 de mayo de 1810 con el que comenzó toda esta historia.